jueves, 5 de enero de 2017

Wade Davis, el hombre de "El río", de paso por Honda

Wade  Davis, etnobotanico, en  el Museo  del río, le acompañand de izquierda a derecha; Juan Carlos Betancur B, profesor Universidad EAFIT, Elsa Laverde Polanco, Directora Museo del Río. Tiberio Murcia Godoy, presidente Centro de Historia de Honda. Wade Dawis, etnobotanico, Germán Ferro, investigador y Curador Museo del Río. Luis Enrique La Rotta, botánico. ,( Foto Xandra Uribe. Enero /5/2017)-
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El  investigador Wade  viene desarrollando un  proyecto  con un tema  especial,el cual más  adelante  estaremos mencionando.
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Caratula  del  libro y reseña  del  mismo
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El río 
Wade Davis

Jesús Aller

Wade Davis nació en 1953 en la Columbia Británica, y tras una tesis doctoral en la Universidad de Harvard, ha realizado investigaciones etnobotánicas y antropológicas por todo el mundo. Fruto de este trabajo han sido libros que alcanzaron gran difusión, como La serpiente y el arco iris (1986) y "Passage of darkness" (1988) sobre los ritos del vudú en Haití, "Shadows in the sun" (1992) o "The clouded leopard" (1998). Ha participado también en series de televisión y documentales, y en la actualidad es explorador residente de la National Geographic , lo que quiere decir que forma parte del selecto grupo de naturalistas y arqueólogos que asesoran y coordinan los grandes proyectos de esta sociedad. El río , publicada en inglés con el título de "One river" en 1996, es su peculiar tributo a dos de sus maestros, y un canto a la vida prodigiosa y multiforme de los grandes bosques pluviales de Sudamérica.
En las páginas de "El río" se entrecruzan dos relatos. Seis de sus capítulos presentan una biografía de Richard Evans Schultes (1915-2001), nacido en Boston, educado en Harvard, y el último de los grandes exploradores etnobotánicos, que en los años 40 y principios de los 50 recorrió incansable la selva amazónica estudiando las plantas y su uso tradicional por las poblaciones indígenas. Los ocho capítulos restantes, salteados con los anteriores, describen las experiencias personales del autor en las mismas regiones y en compañía de Tim Plowman, discipulo predilecto de Schultes y maestro del autor en sus andanzas amazónicas, que moriría prematuramente de sida en 1989. Estos viajes tuvieron lugar durante 1974 y 1975. Los desplazamientos temporales que esta estructura origina en el libro no resultan enfadosos. El protagonista está presente de la primera a la última página, y no es otro que el inmenso bosque y los hombres misteriosos que lo habitan. Sus arcanos son desvelados lentamente, y los capítulos son relatos intercambiables que nos dejan ver momentos privilegiados de esa búsqueda y ese descubrimiento.
Las investigaciones de campo de Richard Schules comenzaron en 1936 entre los kiowas de Oklahoma, y tenían por fin estudiar el culto del peyote (un cactus alucinógeno), que se había extendido entre estos indígenas americanos a partir de 1850, como resultado de la crisis originada por la perdida de las formas de vida tradicionales. Posteriormente, en 1938 y 1939, trabaja en su tesis doctoral en Oaxaca (México), siguiendo la pista a un hongo alucinógeno: el teonanacatl (la carne de los dioses), y a otra planta psicoactiva: el ololiuqui (la enredadera de la serpiente), descritos en las primeras crónicas de la conquista, pero cuya pista botánica se había perdido. Con la ayuda de investigadores mexicanos, consiguió descubrir el uso de un hongo alucinógeno por los indios en rituales de adivinación y curación, así como la existencia de un dondiego que se correspondía con el misterioso ololiuqui . Estos resultados atrajeron la atención de personajes como William Burroughs, Gordon Wasson, banquero y estudioso de los hongos, Robert Graves, que desde Mallorca se interesó por el trabajo, y un joven profesor de Harvard llamado Timothy Leary, que habría de ser con el tiempo uno de los profetas de la era psicodélica, y a quien Schultes riñó por su manejo chapucero del griego clásico. Estudios posteriores revelaron que la composición del principio activo del ololiuqui era casi idéntica a la del LSD.
En 1941, Schultes comenzó sus trabajos en la selva amazónica. Su objetivo inicial era estudiar las plantas que producen el curare, cuya aplicación como poderoso relajante muscular en cirugía se adivinaba fundamental. Sin embargo, a partir del comienzo de la II Guerra Mundial, sería reclutado por el gobierno americano para estudiar la posibilidad de explotaciones de caucho en el Amazonas, después de que el sudeste asiático, que se había convertido en el productor fundamental de esta sustancia, cayera en manos de los japoneses. Los trabajos de Schultes le permitieron recolectar miles de ejemplares de plantas, que dieron lugar a cientos de trabajos científicos y varios libros, entre ellos, "Las plantas de los dioses" (1979), escrito en colaboración con Albert Hofmann, el químico que sintetizó el LSD. Entre estas aportaciones hay estudios fundamentales sobre la ayahuasca, la coca, el curare, los árboles del caucho y una enorme cantidad de especies vegetales. En todos estos trabajos, los grandes logros científicos de Schultes se basan siempre en sus cualidades de trabajador infatigable, su talento como botánico minucioso, y su capacidad para ganarse la confianza y asimilar las enseñanzas de los auténticos depositarios de la sabiduría sobre las plantas, los chamanes de las distintas tribus indias.
En 1953, y como resultado de la incomprensible suspensión por parte del gobierno americano del programa sobre el caucho amazónico, Schultes, que había pasado por agudas crisis de malaria y beri-beri, regresó a Harvard para seguir una carrera académica que le llevaría a convertirse en profesor de Biología y director del museo botánico de la universidad.
Las exploraciones de Tim Plowman y Wade Davis en los 70 se realizaron bajo la supervisión de Schultes, y les llevaron a recorrer amplias zonas de Colombia, Ecuador y Perú, y a estudiar tribus indias como los kogis, y su extraña cosmología, o los waoranis, que acababan de entrar en contacto por entonces con nuestra civilización. Investigaron también en detalle los rituales de la ayahuasca, y consiguieron resolver un problema que había quedado pendiente a su maestro: el árbol evolutivo de las diversas especies de la coca que se dan en los Andes. Todos estos aspectos son descritos ampliamente en el libro.
La lectura de El río nos instruye también sobre la atormentada historia de las tierras americanas, que es presentada con un realismo fiel y certero, nada fantástico. Los horrores de la conquista se dibujan con sus colores reales, y también las masacres más recientes debidas a la industria del caucho y las internacionales fruteras. El alma torturada y orgullosa del indio es estudiada con respeto, y el indio corresponde siempre compartiendo su profundo conocimiento de la selva y sus tesoros vegetales.
Estamos ante una obra, en suma, llena tanto de información rigurosa como de poesía, y noblemente empeñada en una reivindicación de las formas de vida tradicionales. En este sentido, es especialmente revelador el estudio de las propiedades vigorizantes, vitamínicas y alimenticias de las hojas de coca. Un atractivo adicional del libro es la magnífica traducción de Nicolás Suescún, que supera el difícil reto de un original lleno de referencias antropológicas y botánicas, y es capaz de expresarlo todo en un jugoso castellano lleno de color local andino.
Recorriendo esa larga lista de estudiosos de la selva amazónica que se remonta a Alexander von Humboldt y Richard Spruce, aprendemos en "El río" que, afortunadamente para la especie humana, también el amor y el afán de conocer otras tierras y otras gentes se transmiten a través de las generaciones en una cadena interminable. Escribiendo la biografía de dos de sus maestros, salda Wade Davis su particular deuda, y construye al mismo tiempo un libro hermoso y verdadero que servirá de faro orientador para las nuevas generaciones.


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Toamdo de:
http://www.literaturas.com/v010/sec0507/libros/resena-02.htm
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Wade Davis  y  el administrador  del blog Tiberio Murcia Godoy
.(Fotografía. Xandra Uribe.Enero n5  de 2017)
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Lo  que  la  prensa  nacional escribe  sobre el proyecto
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'Renacimiento de Colombia pasa por el medioambiente': Wade Davis


El antropólogo realiza una investigación sobre el río Magdalena con el proyecto  Savia  Botánica Por:  LUIS ERNESTO QUINTANA BARNEY | . 12:08 a.m. | 3 de septiembre de 2015

Wade Davis nunca se va a jubilar. No lo hará por la vida que inventó para sí mismo. Una vida que lo ha llevado a experimentar el planeta con todos los sentidos de los que se vale el ser humano. Antropólogo y etnobotánico de la Universidad de Harvard, fotógrafo, escritor, orador. Autor de El río, tal vez su obra más conocida en Colombia por su maravillosa traducción y por todo lo que describen sus páginas de la geografía e historia del país.
Pero lejos de ser el botánico experto que narra en El río, Davis ha sido siempre un mejor contador de historias y un fotógrafo empedernido que apunta su obra a la grandeza del ser humano. Cada año, este canadiense cambia sus cuatro pasaportes porque se quedan sin espacio. En lo que va del 2015, ha visitado más de treinta países, uno de ellos Colombia, donde realiza una investigación sobre el río Magdalena, con el proyecto Savia Botánica.

Su metodología de trabajo es hacer muchas cosas a la vez, y por eso en este momento está escribiendo cinco libros. En esta entrevista da su opinión sobre la coyuntura que tiene en vilo a los colombianos: la finalización del conflicto armado.
¿Qué idea tiene sobre el conflicto en Colombia?
Para mí es difícil, y creo que de alguna manera también para los propios colombianos, entender cómo pueden llevar tantos años de conflicto. Cómo en un país tan fuerte, con todos los recursos que tiene, no solo los recursos del mar, de la tierra o la selva, sino los recursos humanos, puede haber un conflicto tan largo. No me es sencillo entenderlo. Hay que considerar también que la geografía de Colombia ha sido siempre difícil para que haya un Estado fuerte. En un país que está cortado por tres cordilleras inmensas, construir medios de comunicación es complicado. Pero no sé por qué suman cincuenta años de conflicto. Ojalá que la paz por fin llegue, que es algo que sucede en la mayoría de países cuando la gente ya se cansa de la guerra.
La guerra puede terminar con una victoria, pero los conflictos sociales, culturales y de clases acaban realmente cuando la gente está cansada. Y ojalá que Colombia esté en ese punto. Ahora, hay elementos de ese conflicto que no son de Colombia, que no son su culpa. Si la cocaína, por ejemplo, fuese legal, este conflicto no habría existido. El combustible de la guerra es el uso de la cocaína afuera. Y cuando se tiene ese ‘petróleo’, es muy difícil. Si las Farc tienen plata, si pueden comprar armas, si se pueden esconder en las montañas, es muy duro. Para mí, lo que se tiene que hacer es matar el negocio de la cocaína. Después, bueno, no puedo hablar por Colombia, pero me parece que una nueva generación tiene que llevar a cabo un cambio social para que todos los colombianos puedan tener esperanza en el futuro, que puede ser brillante.
Sobre ese futuro, en el hipotético caso en que se firme el proceso de paz con las Farc, ¿cómo hacer justicia para seguir adelante?
Ese es el problema. Las familias que han perdido seres queridos, terrenos, plata, tienen derecho a la justicia. Al mismo tiempo, de alguna manera el país tiene que olvidar todo. Y el ejemplo mundial es Sudáfrica. Imagínese si no hubiera existido un líder como Nelson Mandela. Aquí en Colombia, y en todos los procesos de reconciliación, las dos partes tienen que sacrificar algo. Si, por ejemplo, los que han perdido familiares no pueden olvidar nunca, podrían permitir al Estado hacer un arreglo con las Farc. Si no se hace, es obvio que no se va a terminar la pelea. Yo no podría explicarlo de la forma como lo hace un colombiano, pero me parece que hay jóvenes en el campo peleando por las Farc porque no tienen otra forma de trabajar, y es también una manera de vivir. Algunos llevan años escondidos en la selva y no tienen otra vida o no saben que hay otras maneras de vivir. Es terrible decirlo porque, claro, en gran parte la violencia es culpa de ellos, pero ellos tienen que recibir un incentivo para salirse de esa pelea. No soy colombiano ni diplomático, pero las actuales charlas en La Habana son una ganancia entre las dos partes. Pero ambas tienen que ceder algo, y no es fácil.
En ese punto de sacrificar algo, ¿olvido y perdón significarán lo mismo?
No, es distinto. Nunca se puede olvidar la violencia, ni los asesinados, ni los muertos. El país nunca puede olvidar eso. Porque esa es la memoria profunda. El perdón es otra cosa. Es una manera de decir ‘bueno, es un dolor que me vuelve loco. Pero, por el futuro de mi país, tengo que poner mis sentimientos al lado para obtener la paz’. Perdonar nunca será olvidar.
¿Qué ejemplos ha visto de hacer memoria de algo tan ‘intangible’?
Una de las cosas que me encantan de Colombia es que después de tantos años de violencia, de tantos años de tristeza y de cosas malas, la gente siga con alegría, una alegría de un pueblo que tiene que sobrevivir. Y por cada historia de una cosa terrible, uno puede escuchar en Colombia una historia profunda.
En el cementerio de Puerto Berrío, la periodista Patricia Nieto me contó la historia de un hombre que, en contra de los paramilitares, ‘pescó’ cadáveres del río Magdalena para que pudieran tener un descanso espiritual. Esos son los puntos de esperanza, como semillas de una Colombia nueva. El río Magdalena, que claramente es el corazón del país –corazón a nivel de historia, política, comercio y todo– ya es un río dañado: es un río que ha tenido que llevar los cuerpos de los muertos. Es terrible. Pero también puede renacer. Creo que el Magdalena es un símbolo. Es la metáfora para una Colombia nueva y en paz. Imagínese que el país, al mismo tiempo que consigue un acuerdo de paz, le diga al mundo “nosotros vamos a limpiar el Magdalena”.

Davis es un gran conocedor del mundo indígena americano. Además de ‘El río’, es autor del libro ‘La serpiente y el arco iris’.
Es interesante el caso de Ruanda, el país africano donde hubo un genocidio tan terrible, en 1994, que dejó casi un millón de muertos en tres meses. Interesante porque ahora Kigali, su capital, es la ciudad más limpia del mundo. Los habitantes tienen que limpiar las calles del frente de sus casas. Y no es una cosa dura para la gente, al contrario, es un momento alegre. El país siguió de una manera nueva. Y lo de limpiar no es solo como ‘tenemos que hacerlo porque está sucio’, no. Es un símbolo de la potencia de un país para hacer cambios profundos. Cambios que nadie cree que son posibles; sueños que la gente piensa que nunca se harán realidad. Las calles limpias se convirtieron en ese símbolo.
Cada movimiento social y profundo a lo largo de la historia ha empezado con una idea. Una idea que muchas veces, al comienzo, parece imposible. Quién iba a creer, hace una generación, que un afroamericano iba a ocupar la Casa Blanca. Quién iba a creer, hace una generación, que los homosexuales iban a tener el derecho legal de casarse en los Estados Unidos y en otras partes del mundo. Para dar solo dos ejemplos. Los cambios sociales son como una ola de inspiración para la gente. Y por eso, para mí, la idea de limpiar el río Magdalena –algo tan idealista, con tantas razones para creer que nunca va a pasar– es un sueño que tiene que empezar en un lugar, en un momento.
En estos procesos, ¿cuál es el valor de decir la verdad?
La verdad es como una brisa que puede limpiar el alma de un país. Sin la verdad no hay nada. El país tiene que encontrar, mirar, entender y aceptar la verdad. Eso es lo fundamental en cualquier proceso de reconciliación.
Es una pena que el conflicto haya visitado casi todos los hogares de Colombia. Tengo muchos amigos en este país, y no hay ninguno que no haya sido tocado de manera profunda por el conflicto. Ahora, en Colombia se habla de reparar a las víctimas como una política de Estado. Y, en efecto, es algo que debe hacerse. Pero todavía no existe un concepto que exija reparar al medioambiente. Y no hay duda de que para curar el país también hay que tocar la naturaleza, los ríos, los bosques.
En cualquier charla o entrevista que doy, en Europa o en Norteamérica, digo que si usted quiere consumir cocaína, usted está matando gente. Matando campesinos, matando colombianos, matando gente indígena. Y también está tumbando los bosques tropicales. Así son las cosas. Entonces, en el proceso de paz veo dos niveles, uno bien claro y práctico, y otro simbólico. El renacimiento de Colombia también tiene que ser el renacimiento del medioambiente.
¿Qué papel juegan el Estado y el pueblo mismo, unidos, para que no se vuelva a repetir un conflicto de esta envergadura?
Este conflicto va a parar. Estoy seguro de que va a llegar un día en que los jóvenes de Colombia van a poder andar por cualquier parte del país con alegría, como yo lo hice hace cuarenta años. Ojalá que la guerra acabe pronto y los colombianos puedan abrazar la paz con un poder casi espiritual. Porque la violencia ha estado presente en la historia de este país desde el siglo XIX. Ojalá que llegue un día en que las fuerzas, que son tan opuestas aquí en Colombia, puedan entender que vivir en este conflicto no es bueno para nadie. Colombia tiene mucha capacidad.
¿Le ha tocado cubrir o fotografiar conflictos armados?
Nunca. Tengo muchos amigos periodistas que lo han hecho. Pero yo no. Tengo una sola vida y me encanta concentrarme en lo que es bueno en los humanos. Será que soy ingenuo, pero a mí lo que me interesa siempre es lo bueno. Tengo conocimiento de la historia de Colombia. Por eso digo que el futuro es bueno y que los sueños pueden llegar a salir bien, por fin.
LUIS ERNESTO QUINTANA BARNEY
Para EL TIEMPO

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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/gente/wade-davis-adelanta-proyecto-en-colombia-savia-botanica-y-habla-sobre-proceso-de-paz/16331575
.Biografía  de Wade Davis
https://es.wikipedia.org/wiki/Wade_Davis


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